miércoles, 17 de diciembre de 2014

El azar de la lectura


Un día leí, con los alumnos de un CENS (Escuela Secundaria para Adultos), “Yzur[1]” de Leopoldo Lugones. Es un cuento que me gusta trabajar en mis clases, porque muestra de una manera bien explícita la ideología de una época. Y además, porque este cuento es uno de los primeros del género de ciencia ficción en nuestro país.
La historia es, quizás, un anticipo de lo que medio siglo después sería la novela La Planète des Singes (1963) del francés Pierre Boulle y sus famosas versiones cinematográficas[2]. En el cuento de Lugones, un hombre compra un mono en el remate de un circo y decide emprender la difícil tarea —obsesivamente y por todos sus medios— de enseñarle a hablar:
    
“La primera vez que se me ocurrió tentar la experiencia a cuyo relato están dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. ‘No hablan, decían, para que no los hagan trabajar’.”

Desde el principio, el narrador se presenta como un “hombre de ciencia”, un sujeto racional que actuará conforme al método científico positivista para confirmar su hipótesis. Es claro el posicionamiento darwinista[3] del protagonista. Sus recursos pedagógicos, van desde la enseñanza mecánica de las vocales y consonantes hasta la experimentación sensible para reforzar las lecciones.

Al día siguiente, una mañana fría de primavera, iba a leer con otros alumnos “Emma Zunz” de Borges. Camino al colegio abrí el libro y releí “El inmortal”. Fue una sorpresa, porque en una parte del cuento, cuando está en la ciudad de los Inmortales, el anticuario Joseph Cartaphilus (todavía era mortal y se llamaba Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma)  ─Borges─  dice refiriéndose a uno de los trogloditas, llamado Argos, que lo acompañan:

“Recordé que es fama entre los etíopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí a suspicacia o a temor el silencio de Argos.”



Octubre de 2014



[1] Leopoldo Lugones. “Yzur” en: Las fuerzas extrañas (1906).
[2] Hace tan sólo unos meses se estrenó una nueva en los cines de Buenos Aires: Dawn of the Planet of the Apes (2014).
[3] Una semana más tarde comencé la lectura de Indios, ejército y frontera de David Viñas.  

miércoles, 10 de diciembre de 2014

La memoria voluntaria[1]

Sobre Villa de Luis Gusmán

Las novelas de Luis Gusmán Villa[2] (1995) y Ni muerto has perdido tu nombre[3] (2002) pueden ubicarse dentro del tópico o ciclo de relatos sobre la última dictadura militar en la Argentina, pero lo interesante es que la primera transcurre antes  del golpe de Estado del ’76  y la segunda —aunque no se menciona una fecha exacta— una vez terminada la dictadura, ya en democracia. La continuidad de métodos violentos y represivos antes y después de la dictadura (torturas, desaparición de personas, chantaje, estafas, etc.) se convierte en una preocupación en estas novelas.
En 1995, una vez que la literatura argentina había trabajado bastante los relatos relacionados con la dictadura militar desde la perspectiva de las víctimas y donde los victimarios eran, en su mayoría, militares; Luis Gusmán redobla la apuesta, no sólo narrando desde la perspectiva de un victimario, sino que este victimario ya no es un militar, se trata de un civil.
     En Villa, el clima de la novela es tenso, hay algo flotando en el aire, en el aire que respira el personaje de Villa. Al principio, son rumores: los cadáveres, las armas en el Ministerio, el traslado de armas y muertos en los aviones del gobierno; luego, los rumores se transforman en hechos. La novela está narrada en primera persona y el narrador nos muestra “su punto de vista”. Villa es un personaje nefasto, no puede o no quiere ver lo que pasa a su alrededor, está tan ensimismado que se le escapan los acontecimientos (su individualismo es tan exasperado que, por momentos, se menciona así mismo en tercera persona), aunque su relato intenta atar cabos yendo y viniendo del presente al pasado. Villa es una metáfora, llevada al extremo, de una gran parte de la sociedad civil argentina que no vio o no quiso ver lo que pasaba a su alrededor.   
     Un hombre que trabaja en una repartición estatal y dice no saber nada de política no es de confiar. Por momentos dan ganas de darle un cachetazo, para ver si reacciona, pero es ahí cuando se desmaya, el personaje se desploma cuando tiene que actuar, tomar decisiones… Villa es un engranaje de la maquina kafkiana (como la llama Panessi[4]), pero mientras otros personajes de la máquina piensan sus movimientos y alianzas (Firpo, Villalba, Otero, etc. El ajedrez que juegan los radioaficionados del Ministerio), él actúa como un autómata, sobre todo cuando trabaja para Cummings y Mujica; habla de respetar las jerarquías, pero no entiende que las jerarquías son intercambiables: el que ayer fue jefe, hoy ya no lo es, es el caso, primero de Firpo, luego de Salinas (y otros, como Villalba, siempre caen parados). Esto le pasa, porque su característica más destacada es ser un “mosca”, revolotear alrededor de un grande.
     La apuesta de Gusmán es fuerte: la participación civil y el letargo de la sociedad argentina están presentes. En el caso de Villa, la omisión se convierte en complicidad. La máquina de matar comienza con errores en el funcionamiento, pero gracias a personajes como Villa, que actúan como autómatas, la máquina se complejiza, cobra mayor envergadura con la sistematización. 
     La relación entre el gobierno de Isabel Perón / López Rega y el gobierno militar está marcada, entre otras cosas, explícitamente por la continuidad en sus funciones de Cummings y Mujica (en los textos de Gusmán, los torturadores siempre forman una sociedad. En Ni muerto has perdido tu nombre aparecen Varela y Varelita): “Nosotros siempre trabajamos para el gobierno” (Gusmán, 2006: 250). Pero también, implícitamente, en, por ejemplo, la comparación que hace Villa del catre de Matienzo y el de Perón: “Me lo imaginé durmiendo en el catre y pensé en el catre de Perón…” (1995: 233). En Villa, también como parte de la continuidad, hay personajes (oscuros para Villa) que vuelven del pasado (Villa guarda una foto con Onganía por si vuelven los militares): Matienzo era oficial cuando Villa hizo el servicio militar y había tenido pesadillas con él, Otero era un gendarme que lo había detenido cuando estaba teniendo sexo con Elena, su antigua novia (que también reaparece y es asesinada por Villa).   
En un momento (1995) cuando desde el poder político y los sectores más variados de la sociedad se insistía con “el olvido y el perdón”; Villa exige, de parte del lector, una lectura ética y una toma de posición, que en la mirada del narrador está, irónicamente, ausente. La participación y responsabilidad civil (sobre todo de ese sector de la sociedad que representa Villa, entre otras cosas, la administración pública) y el letargo de la sociedad argentina en general están presentes en el texto de Gusmán, porque destruye la postura de la historia oficial que se había construido desde la vuelta democrática. Toda versión monolítica y univoca de la memoria histórica no es de confiar. Todavía hay algo que se escapa, hay un vacío que no se llena con nada y ese vacío es la muerte innominada, la desesperación por la ausencia, el cadáver anónimo: “Nos miraban con desconfianza, les queríamos dejar un muerto que no era de ellos.” (Gusmán, 2006: 62).
     En el año 2002 Gusmán publica Ni muerto has perdido tu nombre, recordando las palabras que Agamenón le dirige al fantasma de Aquiles en la Odisea. Hay en esta novela, algo que ya había comenzado en Villa, una clara necesidad por inscribir  los nombres de los muertos sin cuerpo, su epitafio, y por denunciar que los asesinos siguen siéndolo:

“Ya le dije una vez que el nombre no tenía importancia. ¿Está claro, Villa? Hombre, mujer, da lo mismo. Ya está muerto, está adentro del cajón, y al revés. Adentro del cajón podría estar Drácula. Eso no le incumbe. Usted sólo tiene que poner la firma.” (Gusmán, 2006: 154-55).
    
El personaje de Villa toma más de una decisión: Cuando Firpo se suicida en su oficina, Villa le roba “la cabeza de caballo”, un sujeta-corbatas que representa un toque de elegancia, “el mundo de Anita”. Es la primera vez que Villa le roba a un muerto. Un tiempo después, en una sesión de tortura, donde oficia como médico para resucitar a la víctima, sucede algo que desestabiliza, por completo, su mundo ficcional. Primero intenta reanimarla, pero no obtiene resultados. Luego, mientras delibera qué hacer, la mujer que habían torturado le habla: “Sacáme, no doy más… Sin darme vuelta, sin saber a quién le hablaba, le dije: Soy médico, mi obligación es salvarte la vida…” (Gusmán, 2006: 179). Después de dar muchas vueltas, finalmente, decide aplicarle una fulminante inyección de potasio. Antes de montar una escena para engañar a Cummings y a Mujica, Villa agarra un objeto de las pertenencias de la mujer. Al rato, cuando ya se encuentra solo, saca de su bolsillo una media medalla  con su nombre grabado y se dice: “La voz era la de Elena.” (Gusmán, 2006: 187). Después de un tiempo, Villa busca sin buscar, por los laberinticos pasillos de la Chacarita, la tumba con la identidad falseada, un día se detiene frente a una lápida y celebra una ceremonia.
     El capítulo de la ceremonia es una de las escenas más estremecedoras y desconcertantes de la novela, y concluye con una plegaria:

“Ahora me voy a dar vuelta y te voy a dar la espalda, como les doy la espalda a todas las cosas que me duelen y quiero ignorar. Hasta hoy me ha dado resultado. Por eso me despido, porque después voy a arrancar derecho hasta la puerta sin mirar para atrás. Como cuando nos peleábamos, solo que entonces siempre alguno de los dos volvía.” (Gusmán, 2006: 187).

     Los objetos robados se juntan con la otra media medalla (la de Villa, la que posee el nombre de Elena), en el cofre del club Arsenal, donde Villa atesora su pasado. Allí también se encuentra el informe cifrado que él ha estado escribiendo, “su engendro”. Cuando se reencuentra con Matienzo, decide descifrarlo y entregárselo, para exponer “su punto de vista”, pero Matienzo se lo rechaza con desprecio, porque “…Las pruebas son insuficientes. Es el informe de un desesperado… ¿Se da cuenta de que se implica usted e implica a mucha gente?... usted es un hombre peligroso. Por miedo puede hacer cualquier cosa… Sólo tiene un interés personal, que es el suyo…” (Gusmán, 2006: 235-36). El informe nunca concluye, ya que Villa lo irá adulterando de acuerdo con la “autoridad” a la que se lo presente. El documento burocrático es parte de la compleja trama (discursiva y política) que Villa va tejiendo a lo largo de la novela y que él no puede o no quiere interpretar, se trata de un archivo, es una de las memorias de la literatura.

Agosto de 2011



[1]Este texto es una adaptación de una monografía que realicé para la cátedra del Prof. José Maristany, en el Seminario de literatura contemporánea en lengua española (ISP “Joaquín V. González”).
[2] Gusmán, Luis. Villa. Buenos Aires, Edhasa, 2006.
[3] Ni muerto has perdido tu nombre. Buenos Aires, Sudamericana, 2002.
[4] Panesi, Jorge. “Villa, el médico de la memoria”. Escrito por los otros. Ensayos sobre los libros de Luis Gusmán. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2004. 133-148.