viernes, 28 de noviembre de 2014

El viaje y la memoria

Acerca de La Casa y el viento de Héctor Tizón


Un día compré La casa y el viento[1] de Héctor Tizón, en una librería de saldos en la calle Corrientes. Me costó tan sólo veinticinco pesos. Muchos libros usados traen el precio escrito en lápiz y, no sé por qué, siempre me gusta dejárselo. A simple vista, la novela me llamó la atención porque estaba forrada con un contac transparente, a pesar, o quizás por eso, de que el estado general era bueno.
Cuando salí del local, caminé una cuadra y tomé el colectivo cinco. Aunque no encontré un asiento, saqué la novela y comencé a leerla de pie. Unas cuadras antes de bajarme, me di cuenta de que no tenía un señalador para marcar hasta dónde había llegado. En un principio utilicé la solapa pero, justo antes de descender, llegué a una página y me encontré un viejo boleto, que decía de arriba hacia abajo: “TRANSP. RAWSON / TRELEW RAWSON”, a la derecha: “SERIE 094 / 34657”. Y del dorso, una frase de Hazlitt: “EL SILENCIO ES UNA DE LAS ARTES MÁS GRANDES DE LA CONVERSACIÓN”, debajo de la frasecita: “Diseño/imp HUSERO Y CIA. Era uno de esos boletos que existieron mucho pero mucho antes que la SUBE y que hoy, creo, están extintos.
Hace algunos años, la gente coleccionaba sus pasajes; sobre todo si eran capicúas. Todos mirábamos el número y cuando tenía la característica de leerse igual para un lado y para el otro, ¡sí que éramos felices! Muchos pensaban, o al menos lo intuían, que habían vencido al destino, que el azar los había elegido en esa oportunidad y que estarían protegidos, como por un campo de fuerza o un amuleto mágico, al menos por unas horas, hasta que se olvidaban del boleto y su poder se debilitaba.     
Lo más interesante, al menos para mí, que me llevó a guardar está historia en algún lugar de mi memoria, fue que la obra de Tizón comenzaba con un exilio. Se trata de un hombre que decide dejar su casa y a sus perros en la puna, para irse lejos de su pueblo, del país. En el prólogo, el mismo Tizón cuenta que escribió la novela cuando estuvo exiliado, durante la última dictadura militar. La novela comienza con esta frase: “Desde que me negué a dormir entre violentos y asesinos, los años pasan”.
Para escapar, el personaje y narrador hace un extraño viaje hasta La Quiaca, a la frontera. El viaje incluye un trayecto en tren, otro en un camión (luego se le sumará un viaje en mula, micros, y hasta trayectos a pie). Pero, cuando llega, se da cuenta, no se explicita bien por qué (hay una serie de hechos sugeridos: conversaciones misteriosas que escucha y entabla con el chofer del camión y con otros lugareños, voces, rumores), de que por ahí no va poder pasar, que va a tener que cruzar por las alturas. Entonces comienza a recorrer pueblos, hasta dar con un lugar y un momento adecuado para cruzar.
Junto a este viaje comienza otro viaje que es el de la memoria. El hombre va despidiéndose de sus vecinos y de la tierra que conoce bien, su patria. Sus recuerdos se alimentan con mitos locales, historias que todos conocen, o conocen en parte. El narrador intenta, con las distintas versiones que le van contando, armar un rompecabezas, escribir una versión que nunca intenta ser definitiva.
Y cuando llegué al segundo capítulo me encontré con este párrafo maravilloso:

"¿Cuál fue el verso de la copla perdido y recuperado al morir? ¿Ese verso era una clave remota, un remedio secreto contra el olvido? Algunos dicen que es el mismo que los brujos usaron como conjuro y que sólo sirve en el último instante. Yo lo buscaba ahora, y aunque nada de lo que vi o escuché durante el camino me ayudaba a descubrir algún indicio, seguí adelante, porque sabía que llamar realidad sólo a lo que vemos es también una forma de locura".

Una de las primeras historias que intenta reconstruir es ésta, la de Belindo de Casira, un poeta de la zona que nació y murió de forma extraña, compleja. 
Cuarenta y ocho horas después, en otro colectivo, terminé de leer el libro. Pensé que había usado el boleto con el fin que, quizás, su anterior dueño le había destinado, y por eso había quedado ahí adentro un tiempo, al parecer muy importante, porque el boleto se fue desintegrando a medida que fui avanzando en la lectura, era realmente viejo. Y, cuando llegué al final, ya no quedaba casi nada de aquel señalador que me acompañó en esos días que duró la lectura.
Septiembre 2014  





[1] Tizón, Héctor. La casa y el viento. Alfaguara, Buenos Aires, 2001.

viernes, 21 de noviembre de 2014

*


No son nada los entramados difuntos difusos en las vituallas excedentes de esta tierra y sus hornillos a horcajadas o las medusas venenosas y eso a lo que llaman hambre como la sed de… es el pensamiento que se detiene para enfrentarse a los dioses que reparten ¡ahora ya! podés comer el postre un plato de herramientas para… y sus endebles atrocidades como pegarle un tiro al vecino o manosear a la hermana de Roberto y quizás
de sus gritos se encenderán las antorchas esparcidas en las mazmorras subterráneas de allá para acá todas las verdades en una sola como los reptantes descoloridos y monótonos estampidos de una bestia acorralada y disonante
la sinfonía de la espera ensimismada y torcida reciprocidad de apego en el predominio de los más aptos está la rabia que en sordina se filtra desde el cielorraso hasta la intemperie más borrosa de confines
confeti ahora que es el día de tu cumpleaños y mañana vemos… tirar la casa por la ventana y asumir que algunos han ganado para tener más ganado
sí las vacas a las que les cortan la cabeza y la sangre chorra chorrea
y ellos ponen la palangana debajo
para juntar la sangre y hacer una morcilla           

domingo, 9 de noviembre de 2014

*


Exangüe
la voz del espejo
se despierta afiebrada
y pasea su mirada
en los asiduos muebles

residuos de la insólita marea
corduras mutuas
pendencias

Es ese imperdurable
sostener las riendas del caballo desbocado
convicto

Un rayo y su sino
exangüe
su voz de vinilo

trino
tinto
vino

del ave tuerta
en el interior

espirituoso y profano